Buscaba una esdrújula que expresase lo que sentía. En cambio encontró Los espejos la sombras de Benedetti, un cenicero y un café. El café, su espuma, dibujaba una jodida aguda, dibujaba un corazón. No le servía una aguda y menos con esa forma. Suponía que su compañera llana y con tilde, de ocho gramos, lo había endulzado demasiado. Quizá, pensó, tuvo que haber dejado dos gramos en el sobre.
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